03 de junio de 2020 – El COVID-19 sigue devastando vidas y medios de subsistencia en todo el mundo, golpeando con más fuerza a quienes son más vulnerables.
Esto es particularmente cierto en el caso de los millones de personas que están en movimiento, como las personas refugiadas y desplazadas internas, quienes se ven obligadas a huir de sus hogares por causa de la violencia o los desastres, o las personas migrantes que se encuentran en situaciones precarias.
En estos momentos, encaran tres crisis que se combinan en una.
En primer lugar, una crisis sanitaria, ya que se exponen al virus a menudo en condiciones de hacinamiento en las que el distanciamiento social resulta un lujo imposible, y en lugares donde con frecuencia es difícil acceder a servicios básicos, como salud, agua, saneamiento y nutrición.
Los efectos de esta crisis serán aún más devastadores para el gran número de personas en movimiento que viven en los países menos desarrollados. Un tercio de la población desplazada internamente en el mundo vive en los diez países con mayor riesgo de COVID-19.
En segundo lugar, las personas en movimiento enfrentan una crisis socioeconómica, en particular quienes trabajan en la economía informal sin acceso a la protección social.
Además, es probable que la pérdida de ingresos resultante del COVID-19 provoque una colosal caída en las remesas, con valor de 109.000 millones de dólares. Esta cifra equivale a casi tres cuartas partes de la asistencia oficial para el desarrollo, que ya no está llegando a los 800 millones de personas que dependen de ella.
En tercer lugar, las personas en movimiento encaran una crisis de protección.
Más de 150 países han impuesto restricciones fronterizas para contener la propagación del virus. Por lo menos 99 Estados no están haciendo ninguna excepción en los casos de las personas que solicitan asilo por motivos de persecución.
Al mismo tiempo, el temor al COVID-19 ha exacerbado la xenofobia, el racismo y la estigmatización.
Por su parte, la ya precaria situación de las mujeres y las niñas se vuelve aún más grave, ya que corren un mayor riesgo de violencia, abuso y explotación por razones de género.
Sin embargo, aun cuando las personas refugiadas y migrantes se exponen a todos esos desafíos, están contribuyendo de manera heroica en la primera línea de las labores esenciales.
Alrededor de una de cada ocho personas que se dedican a la enfermería en el mundo ejerce su profesión en un país distinto al de su nacimiento.
La crisis del COVID-19 es una oportunidad para replantear la movilidad humana.
Cuatro nociones básicas deben indicar el camino:
En primer lugar, la exclusión es costosa y la inclusión, rentable. Una respuesta socioeconómica y de salud pública inclusiva ayudará a derrotar el virus, reiniciar nuestras economías y avanzar en la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
En segundo lugar, debemos defender la dignidad humana frente a la pandemia, y aprender de los países que han demostrado que es posible aplicar restricciones de viaje y controles fronterizos al tiempo que se respetan plenamente los derechos humanos y los principios internacionales de protección de los refugiados.
En tercer lugar, nadie está a salvo hasta que todos y todas lo estén. El diagnóstico, el tratamiento y las vacunas deben ser accesibles para todas las personas.
En cuarto y último lugar, las personas en movimiento son parte de la solución. Eliminemos las barreras injustificadas, exploremos modelos que permitan regularizar los trayectos para quienes migran y reduzcamos los costos de transacción de las remesas.
Doy las gracias a los países, en particular a aquellos en desarrollo, que, a pesar de tener sus propios problemas sociales, económicos y ahora sanitarios, han abierto sus fronteras y sus corazones a las personas refugiadas y migrantes.
Ellos ofrecen una lección conmovedora para los demás en un período en el que las puertas están cerradas. Es esencial que esos países reciban un apoyo mayor y una solidaridad plena.
Todos y todas tenemos un interés particular en asegurar que la responsabilidad de proteger a los refugiados del mundo se comparta de forma equitativa, y que la movilidad humana siga siendo segura, inclusiva y respetuosa de los derechos humanos internacionales y del derecho de los refugiados.
Ningún país puede luchar contra la pandemia ni gestionar la migración por sí solo.
Sin embargo, juntos podemos contener la propagación del virus, amortiguar sus efectos en los más vulnerables y recuperarnos mejor para el bien de todas las personas.
Muchas gracias.